En un rincon del alma tengo las penas que me dejaron los "adios",

se aburren los poemas que mi mano no escribió

y me hieren los "te quiero" que mi boca no pronunció

de que sirve pues la vida reservarme lo que siento como lo hago hoy

si tal vez este dia alguien que no me conoce escuchara mi voz

miércoles, 18 de mayo de 2011

Un extraño en casa

Unos cuantos años después que yo nací, mi padre conoció a un extraño en la pequeña población en que vivíamos. Desde el principio, mi padre quedó fascinado con este recién llegado encantador personaje, y enseguida le invitó a que viviera con nuestra familia. El extraño aceptó y desde entonces ha estado con nosotros.

Mientras yo crecía, nunca pregunté su lugar en mi familia, en mi mente joven ya tenía un lugar muy especial. Mis padres eran instructores complementarios: Mí madre me enseñó lo que era bueno y lo que era malo y mi padre me enseñó a obedecer.

El extraño era nuestro narrador. Nos mantenía hechizados por horas al extremo con aventuras, misterios y comedias. Si yo quería saber cualquier cosa de política, historia o ciencia, siempre sabía las contestaciones sobre el pasado. ¡Conocía del presente y hasta podía predecir el futuro!

Llevó a mi familia al primer juego de de las ligas mayores de béisbol. Me hacia reír, y me hacia llorar. El extraño nunca paraba de hablar, pero a mi padre no le importaba.

A veces, mi madre se levantaba temprano y callaba mientras que nosotros estábamos pendientes para escuchar lo que tenía que decir, pero ella se iba a la cocina para tener paz y tranquilidad. (Ahora me pregunto si ella habría rezado alguna vez, para que el extraño se fuera).

Mi padre dirigió nuestro hogar con ciertas convicciones morales, pero el extraño nunca se sentía obligado para honrarlas. Las blasfemias, por ejemplo, no fueron permitidas en nuestra casa. No de nosotros, ni de nuestros amigos o de cualesquiera visitantes. Sin embargo, nuestro visitante de largo plazo, lograba pronunciar la palabra esa HP que quemaban mis oídos e hicieron que mi padre se retorciera y mi madre se ruborizara. Mi padre nunca nos dio permiso para usar alcohol de manera liberal. Pero el extraño nos animó a intentarlo sobre una base regular. Hizo que los cigarrillos parecieran frescos e inofensivos, y que los puros y las pipas se vieran distinguidos.

Hablaba libremente (demasiado libre) sobre sexo. Sus comentarios eran a veces evidentes, a veces sugestivo, y generalmente vergonzosos.

Ahora sé que mis conceptos sobre relaciones fueron influenciados fuertemente durante mi adolescencia por el extraño. Repetidas veces lo reprendieron y raramente le hizo caso a los valores de mis padres y NUNCA le pidieron que se fuera.

Más de cincuenta años han pasado desde que el extraño se mudó con nuestra familia. Desde entonces ha cambiado mucho y ya no es casi tan fascinante como era al principio. No obstante, si hoy usted pudiera entrar en la guarida de mis padres, todavía lo encontraría sentado en su esquina, esperando a alguien para que escuchara sus charlas y para verlo dibujar sus cuadros. ¿Su nombre? ¡Nosotros lo llamamos televisor!

algo de un buen poema de Sabines para terminar

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